BRIHUEGA: SU HISTORIA TALLADA EN LA TIERRA 
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 19/11/2025

Brihuega es un pergamino donde la historia se sedimenta en capas de piedra y memoria. Hace cinco mil años, los cazadores neolíticos trabajaban el sílex con gran especialización, dejando tras de sí talleres y núcleos que revelan un temprano conocimiento técnico y ritual. 

 

Con la llegada de los celtíberos, Brioca, el lugar amurallado, se convirtió en un castro estratégico que dominaba el valle del Tajuña y controlaba rutas comerciales. Sus cerámicas y armas, enterradas durante siglos, muestran la importancia de una geografía privilegiada.

 

Los romanos superpusieron sus vías y su administración, transformando el enclave en Castrum Brioca sin borrar del todo la huella indígena. Monedas y cerámicas romanas recuerdan esa convivencia de capas históricas. 

 

Más tarde, los visigodos heredaron un territorio ya cargado de memoria, estableciendo asentamientos e iglesias primitivas. Sus monedas halladas en las laderas confirman que Brihuega también formó parte de su mundo mientras el imperio occidental desaparecía.

 

El Islam aportó una nueva dimensión. Los bereberes aprovecharon la fortaleza natural y levantaron la alcazaba cuyos orígenes se remontan a los siglos X y XI. Excavaron galerías subterráneas que alcanzaban kilómetros, proporcionando agua, refugio y comunicación en tiempos fronterizos. En esa fortaleza llegó a vivir incluso Alfonso VI durante su destierro.

 

Tras la conquista cristiana de Toledo en 1085, Brihuega pasó a manos de los arzobispos toledanos, que la gobernarían durante siete siglos. Rodrigo Jiménez de Rada otorgó fuero en 1242 y fortaleció las murallas, mientras se construían iglesias románicas y góticas como San Felipe, San Miguel y Santa María. La villa se convirtió en un ejemplo singular de convivencia entre cristianos, judíos y mudéjares bajo la autoridad eclesiástica.

 

Hoy, Brihuega conserva todas esas capas superpuestas: los castros celtíberos, las huellas romanas, los vestigios visigodos, las cuevas árabes, el barrio judío y los templos cristianos. Cada pueblo dejó su marca, componiendo un libro de siglos escritos en la tierra, donde la villa se erige como testigo silencioso de quienes la habitaron, defendieron y soñaron.

 

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