
BRIHUEGA Y EL PRADO DE SANTA MARÍA: DONDE EL SILENCIO TIENE HISTORIA
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 15/10/2025
El Prado de Santa María, en Brihuega, es mucho más que un parque silencioso. Es un lugar donde las piedras guardan siglos de historia y donde la calma no es ausencia de vida, sino el eco pausado de muchas vidas vividas. Alguna vez fue el recinto exterior del castillo de la Piedra Bermeja, y aún hoy conserva ese aire recogido y noble que solo dejan los siglos bien vividos.
Por sus senderos han paseado reyes musulmanes, como los de Toledo, y monarcas castellanos como Alfonso VI, quien recibió estas tierras como un obsequio de Al‑Mamún. Más tarde, los arzobispos de Toledo hicieron del lugar su estancia preferida, imprimiéndole un carácter señorial que aún se respira entre los muros que rodean el prado.
Casi por completo cerrado por la antigua muralla del castillo, el Prado se abre al visitante a través de la «Puerta de la Guía», una abertura reciente en el tiempo, pero que permite cruzar siglos con un solo paso. Se cree que este lugar fue, en origen, un asentamiento celtibérico, después romano y visigodo, antes de que los árabes fortificaran la Piedra Bermeja y le dieran el carácter mixto de refugio y residencia.
Bajo el dominio de Alfonso VI, y después en manos de los arzobispos desde 1086, la fortaleza creció en grandeza y en peso simbólico. Hoy, en el corazón del prado, se alza la pequeña capilla de la Vera Cruz, antiguo aposento del castillo, de austera bóveda de cañón, y hoy sede de los pasos de Semana Santa. Junto a su entrada, una placa cerámica recuerda desde 1973 a los hermanos Durón —Diego y Sebastián— músicos briocenses que alcanzaron renombre en el barroco español.
Presidiendo el lugar está la iglesia de Santa María, templo de transición entre el románico y el gótico, de sobria belleza y poderosa arquitectura. Su portada es un testimonio del arte medieval, y en su interior se custodia la imagen románica de la patrona de la villa: la Virgen de la Peña. Según la tradición, fue en este lugar donde la Virgen se apareció a la princesa Elima, hija del rey Al‑Mamún.
Al borde del prado, los “Guinches” permiten una vista abierta hacia los huertos y el valle del Tajuña, un paisaje que parece susurrar antiguas historias. Hacia poniente, un antiguo convento franciscano fundado por Juan de Molina da testimonio de una fe que también echó raíces profundas aquí. Reformado por los seguidores de San Pedro de Alcántara, pasó a ser hospital en 1835, tras la exclaustración de los frailes.
Y así, casi como cerrando un libro, la muralla vuelve a aparecer. En ella se abre el arco del «Juego de Pelota», flanqueado por dos sólidos torreones que aún custodian el silencio del prado, como si cada piedra velara un secreto del pasado.