
EL MOSAICO MULTICULTURAL DE BRIHUEGA: HERENCIA VIVA EN EL JARDÍN DE LA ALCARRIA
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 23/08/2025
Brihuega, atesora un legado milenario forjado por culturas que dejaron huellas imborrables en su paisaje y patrimonio.
Los primeros asentamientos datan de hace más de 5.000 años, cuando comunidades neolíticas instalaron talleres de sílex en Romancos, especializados en la elaboración de láminas de hasta 35 cm, cuya distribución alcanzó buena parte de la península. Más de 80 núcleos hallados evidencian la importancia de este enclave en la prehistoria.
Posteriormente, los celtíberos fundaron el poblado fortificado de Brioca o Briga, sobre la Peña Bermeja. Dejaron una necrópolis, restos cerámicos y armas que certifican su presencia. Con la romanización, el lugar pasó a llamarse Rhigusa, y aunque no se documentaron edificios, sí se hallaron monedas, cerámica y restos de rituales funerarios.
Durante la etapa visigoda, bajo el nombre de Brica, se construyeron galerías subterráneas con arcos apuntados únicos en la península, conocidas después como “Cuevas Árabes”.
Con la llegada musulmana en el siglo VIII, Brihuega se llamó Briba. Los árabes ampliaron las galerías, adaptándolas para tinajas, agua y almacenamiento, además de levantar la muralla del siglo XI. Aprovecharon la ubicación estratégica para agricultura y comercio en la ruta Toledo-Zaragoza.
En 1085, Alfonso VI conquistó la villa y la cedió al arzobispado de Toledo. Se inició entonces una época de gran esplendor, caracterizada por la convivencia de cristianos, judíos y musulmanes bajo el Fuero de 1242, que regulaba la igualdad jurídica de las comunidades.
La comunidad cristiana, bajo el impulso de Rodrigo Jiménez de Rada, consolidó la villa con iglesias como San Felipe o Santa María de la Peña, y la capilla gótica del castillo de la Piedra Bermeja. La comunidad judía, aunque modesta, tuvo sinagoga y protagonismo económico, participando incluso en la recaudación de impuestos.
Su presencia se mantuvo hasta la expulsión de 1492. Por su parte, los mudéjares conservaron su barrio de trazado islámico, dedicado a la agricultura y las artes, hasta su expulsión en el siglo XVI.
Este rico mosaico cultural se reflejó en un urbanismo donde murallas, iglesias, sinagoga y mezquita convivían, testimonio de la pluralidad. El Fuero de Brihuega garantizó durante dos siglos un marco legal de convivencia que permitió el florecimiento cultural.
Hoy, la villa conserva vestigios de todas las civilizaciones que la habitaron: talleres de sílex en investigación, galerías visigodo-árabes convertidas en atractivo turístico y un casco histórico medieval que mantiene la impronta de las tres culturas.
Con 2.816 habitantes en 2024, Brihuega representa un ejemplo singular de continuidad histórica y diversidad cultural, donde cada piedra y calle cuenta un capítulo de más de cinco milenios de historia en el corazón de La Alcarria.