LA CASA DE LOS GRAMÁTICOS DE BRIHUEGA: EL ÚLTIMO REFUGIO DE LA PALABRA
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 03/12/2025

Hay edificios que no están hechos de piedra y argamasa, sino de tiempo y sílabas. En Brihuega, colgada sobre la hoz del Tajuña donde el atardecer incendia de rojo la Alcarria, resiste una de esas construcciones: la Casa de los Gramáticos. 

 

Durante siglos, sus muros han custodiado lo único capaz de vencer a la muerte: la palabra. Hoy la casa se salva del olvido gracias a su adquisición por parte de la Diputación de Guadalajara y el Ayuntamiento de Brihuega, asegurando que el eco de sus habitantes siga resonando.

 

La historia de este inmueble, adosado a la vieja muralla medieval como quien busca protección ante la intemperie de los siglos, comienza mucho antes de que el periodismo tuviera nombre. Fue en 1612 cuando el briocense Juan García Barranco la fundó. 

 

No nació como palacio, sino como escuela; un lugar donde los niños sin recursos aprendían latín y humanidades. Allí, entre el frío de la meseta y el rigor de la gramática, se forjaron generaciones de clérigos y eruditos. Durante trescientos años, la casa olió a tinta y sonó a declinaciones latinas, cumpliendo su destino de ser un faro de cultura en la austeridad castellana.

 

Pero el destino es caprichoso y quiso que aquella cuna de gramáticos terminara siendo el descanso del guerrero. En las últimas décadas del siglo XX, tras haber pertenecido a la escritora Margarita de Pedroso, la casa recibió a su habitante más ilustre: Manu Leguineche. 

 

El "Jefe de la Tribu", el hombre que había narrado todas las guerras, que había jugado al mus con la muerte en Vietnam y recorrido el mundo en un coche destartalado, eligió este rincón de Brihuega para posar la maleta definitivamente.

 

Manu convirtió la Casa de los Gramáticos en la "casa de los sueños". Llenó sus estancias con miles de libros que trepaban por las paredes como hiedra, creando un laberinto de papel donde convivían enciclopedias, mapas y recuerdos de un mundo que ya no existe. 

 

Allí, en su jardín asomado al precipicio, el periodista buscó el silencio necesario para digerir el ruido del siglo XX. La casa dejó de ser escuela de niños para convertirse en la cátedra del sosiego, donde el reportero recibía a amigos y aprendices, enseñando que el periodismo, al igual que la vida, requiere, ante todo, saber escuchar.

 

La reciente noticia de su compra pública, por un valor de 340.000 euros sufragados mayoritariamente por la Institución Provincial, no es una simple operación inmobiliaria; es un acto de justicia poética. 

 

El proyecto para convertirla en la Casa Museo Manu Leguineche y sede de la Cátedra de Periodismo garantiza que el edificio no pierda su esencia. Donde antes se enseñaba latín, pronto se enseñará la ética de la verdad.

 

Las llaves han cambiado de mano, pero el espíritu permanece. La Casa de los Gramáticos seguirá siendo lo que siempre fue: un templo donde la palabra, ya sea en latín o en crónica de guerra, encuentra su hogar. Manu, desde algún lugar, sonreirá al saber que su biblioteca volverá a tener lectores y que en su jardín, bajo la sombra de la muralla, nunca dejará de crecer la hierba ni de contarse historias.

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