LA PLAZA DE HERRADORES DE BRIHUEGA: MEMORIA VIVA DE UN GREMIO MEDIEVAL 
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 21/09/2025

En Brihuega, la actual Plaza de Herradores conserva en su nombre y en su memoria urbana la huella de un oficio ancestral que marcó la vida cotidiana durante siglos: el de herrador. 

 

Este trabajo, heredado de la tradición andalusí, donde se le conocía como al-béitar, unía la habilidad del herrero con nociones veterinarias básicas para el cuidado de los cascos de caballos, mulas, bueyes y asnos, animales imprescindibles para la agricultura, el comercio y la movilidad medieval.

 

El oficio adquirió especial relevancia en Castilla a partir del siglo XI,

 coincidiendo con el auge de la caballería. Brihuega, favorecida por su ubicación estratégica en el valle del Tajuña y por el fuero municipal otorgado en 1242 por Rodrigo Ximénez de Rada, vivió entre los siglos XIII y XIV una etapa de notable crecimiento económico y demográfico. 

 

En este contexto, la demanda de herradores fue constante: la villa contaba con abundante ganado de tiro y carga, y sus mercados y ferias atraían comerciantes de toda la región, que necesitaban mantener en buen estado sus recuas.

 

Los herradores de Brihuega no solo se ocupaban del herraje de animales, sino que también fabricaban aperos de labranza, herramientas y objetos de hierro para la vida cotidiana. 

 

Su actividad se organizaba probablemente en forma de gremio, regulando precios y garantizando la calidad de los servicios. En los espacios públicos se levantaban los llamados potros de herrar, estructuras de madera y piedra donde los animales eran inmovilizados durante el proceso. En Brihuega, este lugar se situaba en la actual Plaza de Herradores, que durante siglos resonó con el martilleo sobre el yunque y el relinchar de caballos.

 

El oficio mantuvo su importancia incluso en la Edad Moderna, y todavía en el siglo XVIII, con el auge de la Real Fábrica de Paños, la actividad económica de la villa aseguraba la continuidad de los herradores. 

 

Sin embargo, los cambios del siglo XIX, marcados por la mecanización agrícola, la expansión del ferrocarril y la llegada del automóvil, precipitaron el declive del herraje como necesidad básica. 

 

Hoy, la Plaza de Herradores se erige como un testimonio silencioso de esta tradición artesanal, rodeada de calles cargadas de historia como la Cadena, los Portales del Césped y la Reja Dorada, constituye un recuerdo urbano de la importancia que tuvo este oficio en el desarrollo de la villa. 

 

La toponimia se convierte así en un puente entre pasado y presente, manteniendo vivo el legado de aquellos artesanos que hicieron posible la vida económica de Brihuega durante siglos.

 

El oficio de herrador en Brihuega no fue solo un trabajo artesanal, sino un pilar en la organización social, comercial y agrícola de la villa medieval y moderna. Su recuerdo permanece hoy inscrito en el mapa urbano, como símbolo del valor del trabajo manual especializado y de la huella imborrable que los oficios dejaron en la identidad histórica briocense.

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