
LOS TEMPLARIOS: DE JERUSALÉN A BRIHUEGA
Artículo publicado por Plataforma Brihuega 04/09/2025
La Orden del Temple, oficialmente “Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón”, nació en Jerusalén en 1119 bajo la dirección de Hugo de Payns y nueve caballeros.
Su misión original fue proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa tras la Primera Cruzada. El rey Balduino II les concedió como sede el antiguo Templo de Salomón, origen de su nombre.
El papa Honorio II reconoció oficialmente a la Orden en el Concilio de Troyes de 1129, lo que impulsó su crecimiento en poder y prestigio. El manto blanco con la cruz roja patada se convirtió en su emblema hasta su disolución en 1312 por orden papal.
En la península ibérica, los templarios se establecieron muy pronto, apenas nueve años después de su fundación, gracias a que la Reconquista ofrecía un escenario ideal para desplegar su carácter militar y religioso.
En Guadalajara, aunque la documentación es más escasa, la huella templaria fue igualmente significativa. Se asentaron en enclaves estratégicos que controlaban rutas y fronteras. Torija destacó como centro principal: a mediados del siglo XII fundaron allí un convento bajo la advocación de San Benito, autorizado por bula del papa Alejandro III.
Su localización permitía controlar accesos a La Alcarria y el paso entre Castilla y Aragón. En Albalate de Zorita se asocia al Temple la ermita de Cubillas, mientras que en Guadalajara capital, las Relaciones Topográficas de Felipe II señalan orígenes templarios en el futuro convento de San Francisco, inicialmente ligado a la reina Berenguela.
Brihuega, formó parte de este entramado. Tras la conquista de Toledo en 1085, Alfonso VI entregó la villa al arzobispo Bernardo de Sedirac, estableciendo un señorío episcopal que se mantendría siglos.
La posición estratégica de Brihuega en el valle del Tajuña y sobre importantes rutas comerciales la hizo especialmente atractiva para las órdenes militares. Su cercanía a Torija y Albalate, donde el Temple tenía intereses, propició contactos económicos y políticos.
El arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, gran valedor de Brihuega y autor de su fuero de 1242, mantuvo estrecha relación con las órdenes militares, configurando una red de influencias que perduró hasta la disolución del Temple y la transferencia de sus bienes a la Orden de San Juan.
Aunque indirecta, la huella templaria en Brihuega forma parte esencial de la compleja red medieval que definió La Alcarria, donde el poder episcopal, la nobleza y las órdenes militares dejaron una impronta cultural y patrimonial que todavía hoy define su identidad histórica.