En la penumbra de la historia, donde los archivos escasean y la leyenda respira, Brihuega guarda un susurro.
No está escrito en piedra ni registrado con la solemnidad de los inquisidores, pero en las grietas de su muralla, en la humedad de las cuevas bajo sus casas, y en las palabras que aún murmuran los viejos, persiste la sombra de la brujería.
En la Edad Media, Brihuega —villa fortificada en el corazón de la Alcarria— era más que un punto estratégico; era un cruce de caminos donde confluían comercio, religiosidad y superstición. Aunque no hay pruebas documentales que confirmen grandes procesos por brujería en sus registros parroquiales o inquisitoriales, lo cierto es que la sospecha siempre estuvo presente.
La Edad Media fue generosa en miedos, y en una tierra donde el ajo y el romero crecían silvestres, las mujeres que sabían demasiado —curanderas, comadronas, parteras— podían ser fácilmente señaladas.
"Mi abuela decía que en la cueva del castillo vivía una mujer que hablaba con los lobos", me dijo una anciana en una plaza casi vacía. No quiso dar su nombre. "No era mala, pero mejor no cruzarse con ella al anochecer". Esta podría ser una de las muchas historias de la época.
Estas historias, repetidas sin fecha exacta y sin firma, son las que mantienen viva la brujería, más allá de la inquisición o el juicio. Porque si bien es cierto que en Brihuega no hubo autos de fe notables, sí los hubo en la vecina Sigüenza, en Molina de Aragón, en Pastrana. El miedo era contagioso, y el rumor, letal.
En los campos de lavanda que hoy adornan las postales turísticas, alguna vez se recogieron hierbas para pócimas que prometían amor, suerte o venganza. Las brujas, si existieron, fueron mujeres sabias y perseguidas. Y si no existieron, fueron invención de una sociedad que necesitaba culpables para sus males.
Hoy, la brujería en algunas localidades, se ha vuelto un eco turístico, un disfraz en fiestas, un motivo para contar historias. Pero para quien camine en silencio por las callejuelas de Brihuega, al anochecer, con la niebla subiendo desde el Tajuña, puede que aún le parezca oír un murmullo antiguo.
No lo descartemos, al fin y al cabo, como dicen en Galicia… ¿Y si haberlas, haylas?
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